En el corazón de La Soledat, el antiguo Hostal Sorrento se ha convertido en un símbolo de lucha y esperanza. Desde que estalló la guerra en Ucrania, un grupo de refugiados ha encontrado en sus habitaciones vacías un hogar temporal, desafiando no solo el tiempo, sino también las normativas que les exigen marchar. Aunque el plazo para abandonar este emblemático edificio ya ha pasado, estos valientes se han atrincherado allí, sosteniéndose en una sentencia judicial que les da cierta tranquilidad.
Una comunidad atrapada entre dos mundos
El Sorrento es ahora más que un simple edificio; es un refugio donde cuatro adultos y dos menores han decidido hacer su vida a pesar de las advertencias del propietario, Amadiba. Esta asociación había adquirido el hostal con la intención de transformarlo para satisfacer las necesidades de personas con discapacidad. Sin embargo, los planes se han visto interrumpidos por la llegada inesperada de estos ucranianos huyendo del conflicto.
A medida que los días pasan, la curiosidad crece entre los vecinos. “Vemos entrar y salir gente a todas horas”, comenta una mujer que vive cerca del hostal. Su mirada es mezcla de inquietud y compasión; no le extrañaría descubrir que hay más personas ocultas tras esas puertas cerradas.
A pesar del clima tenso, la situación legal parece jugar a favor de quienes residen en el Sorrento. Un tribunal decidió absolver a estos inquilinos temporales de cualquier delito leve relacionado con la ocupación del lugar. Así lo dejó claro la jueza: “El caso no merece reproche penal”. Para ellos, esto significa seguir luchando por su espacio mientras esperan tiempos mejores.
Pero la batalla no termina aquí; Amadiba aún busca recuperar su propiedad y llevar a cabo las reformas prometidas. Y así, esta historia continúa desarrollándose entre muros cargados de emociones y esperanzas, reflejando cómo unas vidas pueden cruzarse en medio del caos.