Era una tarde cualquiera en la bulliciosa Avenida Argentina de Palma. La gente iba y venía, entre el murmullo de conversaciones y el sonido de los coches. Sin embargo, había algo que hacía que muchos se detuvieran en seco: una mujer tirada en el suelo, justo en el cruce con la calle Fray Luis de León. Allí estaba ella, ignorando por completo el ir y venir de vecinos, trabajadores y turistas.
Una realidad que no queremos ver
La mujer, claramente indigente, descansaba a la sombra de un coche estacionado. A su alrededor, solo algunos objetos humildes: una manta desgastada, un pintalabios casi vacío, un peine olvidado y una mochila que parecía haber recorrido mil caminos. ¿Cuántos pasaron sin siquiera detenerse? Muchos miraban con curiosidad, pero pocos se atrevían a acercarse. “Déjame tranquila”, decía ella con voz cansada cuando alguien osaba romper su burbuja de soledad.
Con los pies descalzos y llenos de suciedad, sus chanclas reposaban a un lado mientras ella se cubría del sol con una gorra blanca más sucia que limpia. Su imagen es un recordatorio inquietante del problema real que vive nuestra ciudad: la indigencia es parte del paisaje urbano y parece que nos hemos acostumbrado a ignorarla.
Así seguimos adelante, en nuestro día a día frenético, mientras esta situación clama por atención. Es hora de abrir los ojos y dejar de mirar para otro lado; detrás de cada rostro hay una historia que merece ser escuchada.