En las montañas del sur de Marruecos, el cineasta Oliver Laxe nos sumerge en una experiencia única con su película ‘Sirat’. La historia sigue a Luis, interpretado por Sergi López, quien se embarca en la angustiante búsqueda de su hija desaparecida. Lo que comienza como un drama personal pronto se transforma en un viaje introspectivo al ritmo vibrante de la música electrónica, llevándonos a una rave perdida entre las dunas. Como dice Laxe, «su origen abstracto permite llevar el sonido a una dimensión más trascendental», y eso es solo uno de los muchos detalles que hacen que esta obra haya resonado tanto con el público.
Reflexiones sobre la espiritualidad y el ego
Este director gallego ha encontrado un lugar especial en nuestros corazones, generando lo que algunos ya llaman una especie de ‘olivermanía’. Pero, ¿qué hay detrás de este fenómeno? Asegura no darse cuenta del impacto que tiene, aunque no puede evitar sonreír cuando recibe memes sobre él. “Es como una terapia”, confiesa. En sus palabras, sentimos ese anhelo colectivo por recuperar la espiritualidad: “Como seres humanos hemos pasado siglos haciendo rituales; hemos perdido mucho y ahora buscamos reencantar el mundo”. Sin embargo, también reconoce que su visión incomoda a algunos: “Hay quienes no quieren saber nada del ego o del alma”.
Laxe, con su voz honesta y sincera, comparte su temor por perderse en la fama. Después de tantos años lidiando con altos y bajos en su carrera –casi desde los 25 años– ha aprendido a mantenerse centrado: “No me preocupa; quiero seguir siendo yo mismo en mi montaña en Lugo”. Su deseo genuino es conectar con el público y ofrecer algo significativo.
A través de ‘Sirat’, busca acercarse a más personas. Siempre ha creído que el arte debe ser popular; “no se puede vivir ensimismado”, dice convencido. Y tiene razón: las películas tienen un poder transformador impresionante.
Laxe destaca cómo la música electrónica toca fibras profundas dentro nuestro. En su opinión, conecta directamente con nuestras emociones: “La música trasciende lo cognitivo; nos hace felices porque está ligada a nuestra esencia”. Y aunque reconoce que hay quienes sienten frialdad ante este tipo de música por no tener instrumentos orgánicos detrás, para él representa un canal hacia lo divino.
Finalmente, reflexiona sobre la relación entre nosotros y el desierto: “En ese vacío descubrimos quiénes somos realmente”. Para él, es un espacio donde mirar hacia adentro se vuelve inevitable. Un recordatorio constante de nuestra fragilidad ante la inmensidad del universo.