En un rincón sombrío del Reino Unido, la valentía se convierte en resistencia. Cuatro activistas de Palestine Action han decidido que no pueden callar más y han iniciado una huelga de hambre que ya es la más larga desde los tiempos del IRA en 1981. Todo comenzó como una protesta contra las condiciones inhumanas que sufren tras las rejas, pero ha crecido hasta convertirse en un grito desesperado por justicia.
Amy Gardiner-Gibson, conocida como ‘Amu Gib’, y Qesser Zuhrah son los dos rostros más visibles de esta lucha. Con apenas 30 años, Amu ya no puede caminar y se desplaza en silla de ruedas; lleva nada menos que 50 días sin comer. Su fortaleza ha atraído incluso la visita del exlíder laborista Jeremy Corbyn, quien está al tanto de su situación. Por su parte, Zuhrah, con solo 20 años, fue atrapada bajo una legislación antiterrorista y ha tenido que ser hospitalizada recientemente. Es desgarrador pensar cómo estas luchadoras están lidiando con el sistema.
Las historias detrás de la huelga
Entre ellos se encuentra Kamran Ahmed, un activista de 28 años que lleva sin ingerir alimentos desde el 8 de noviembre. En una entrevista reciente con The Daily Telegraph, expresó: «Sí, tengo miedo de morir. Pero si esto ayuda a disminuir la opresión en el extranjero, creo que merece la pena». Su voz resonó desde su celda en HMP Pentonville, donde lleva trece meses recluido por causar daños significativos a instalaciones militares británicas.
No podemos olvidar a Heba Muraisi, otra valiente que también sigue firme en su decisión tras 49 días sin comer. La conexión personal es fuerte; tiene familia en Gaza y su dolor es palpable. Teuta Hoxha ya abandonó la huelga después de lograr algunas demandas tras 40 días sin alimentarse.
A pesar del sufrimiento evidente y las solicitudes desesperadas por atención médica adecuada y derechos básicos como llamadas y visitas familiares, el Gobierno se niega a escuchar sus voces. Los abogados han solicitado reuniones urgentes con David Lammy, el ministro de Justicia, advirtiendo sobre el grave peligro que corren sus vidas. Sin embargo, se encuentran ante un muro impenetrable; el Gobierno asegura estar cumpliendo todos los protocolos mientras ellos luchan por sobrevivir.
This situation raises serious questions about the treatment of prisoners and the rights of those fighting for justice in the UK.

