El pasado sábado, la ciudad de Yafo, justo al lado de Tel Aviv, se convirtió en el escenario de una protesta que resonó con fuerza. Cientos de vecinos salieron a las calles para manifestar su indignación tras la agresión sufrida por una mujer árabe-israelí. Esta mujer fue atacada por un grupo de judíos que no dudaron en rociarla con pulverizador de pimienta mientras conducía por el barrio de Ayami. Pero eso no fue todo; además, tuvo que soportar insultos cargados de odio.
Un grito colectivo contra la injusticia
“Decidle a los perros del Shin Bet que no tenemos miedo del conflicto”, coreaban los manifestantes, marchando con determinación hacia el lugar donde ocurrió el ataque. Las palabras ardían en el aire, reflejando una comunidad cansada y harta de ser objeto de violencia sistemática. Sami Abú Shehadé, dirigente del partido árabe-israelí Balad, no se quedó callado: acusó al Gobierno israelí de ser cómplice en este tipo de actos. “No es un incidente aislado; esto forma parte de una política continua contra nosotros y nuestra nación palestina”, afirmó contundente.
La Policía ha confirmado que la mujer afectada fue ingresada en un hospital para recibir atención médica tras el ataque. Sin embargo, lo que es aún más alarmante es la falta de detenciones hasta ahora; como si esta agresión fuera solo otra página más en un libro lleno de injusticias sin resolver. La realidad es dura y muchos lo saben: el silencio oficial ante estos crímenes es pura complicidad.

