En una mañana del pasado 19 de octubre, la tranquilidad del Louvre se vio sacudida por un robo audaz que ha dejado a todos boquiabiertos. Las últimas comparecencias ante el Senado francés han revelado que los ladrones tuvieron menos de un minuto para escapar, ¡menos de 30 segundos, para ser exactos! Una situación que pone los pelos de punta y hace pensar en lo cerca que estuvieron las fuerzas de seguridad de atrapar a estos delincuentes.
Un plan casi perfecto
Noel Corbin, director de la Inspección General de Asuntos Culturales, no pudo ocultar su frustración al declarar que este robo podría haberse evitado “por los pelos”. Imagínense la escena: una cámara grabó cada movimiento, desde la llegada hasta la huida. Pero claro, esas imágenes no se vieron en directo. Cuando se revisaron, ya era demasiado tarde; los ladrones se habían esfumado.
A pesar del revuelo mediático y el valor simbólico de las piezas robadas —como la tiara de la emperatriz Eugenia o el collar del ajuar de María Luisa— el Ministerio se apresuró a calmar las aguas diciendo que eran joyas “de bajo valor”. Sin embargo, eso no resta dramatismo a una historia donde la seguridad del patrimonio cultural se ve comprometida y nos hace preguntarnos: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar para proteger nuestra historia?
Aunque entre las joyas robadas no estaba el famoso Regente —un diamante imponente que supera los 140 quilates— este episodio ha encendido alarmas sobre la fragilidad de nuestra herencia cultural. En resumen, un capítulo más en esta novela llena de intriga y misterio que nos recuerda lo vulnerable que puede ser nuestro legado.

