La situación en Jersón, al sur de Ucrania, se ha vuelto insostenible. Al menos dos personas han perdido la vida y cinco más han resultado heridas tras los últimos ataques del ejército ruso. Este asalto no es solo un número más en las estadísticas; son vidas truncadas, sueños destrozados. El gobernador de la provincia, Prokudin Alexander, no ha podido contener su indignación al describir el terror que viven a diario: drones volando sobre sus cabezas, bombardeos y fuego de artillería que destruyen lo poco que queda.
Desde el lunes, la ciudad ha sido testigo del bombardeo indiscriminado a infraestructuras vitales y viviendas. “Han atacado edificios residenciales, casas terreras e incluso una granja”, señala Alexander con pesar. Este ciclo de violencia no parece tener fin. En otro rincón del conflicto, Donetsk también sufrió su cuota de dolor: tres muertos y 16 heridos fueron el saldo de una jornada más de ataques rusos.
Ambas provincias están bajo la sombra ominosa de una ocupación que comenzó hace tiempo y que se intensificó con la anexión por parte de Rusia en 2022. El mundo mira hacia otro lado mientras las comunidades sufren. Pero no todo termina ahí; por si fuera poco, al menos nueve personas resultaron heridas en un ataque ucraniano contra Cheboksari, una ciudad rusa donde los daños también han sido significativos.
Las autoridades rusas aseguran que varios edificios residenciales están gravemente dañados y han trasladado a los heridos a centros médicos para recibir atención urgente. La desesperación se apodera de muchos habitantes que ahora buscan refugio en colegios cercanos. Mientras tanto, los servicios de emergencias trabajan arduamente evaluando daños y brindando apoyo.
La guerra sigue dejando cicatrices profundas en ambos lados del conflicto. A medida que más drones ucranianos son abatidos por sistemas rusos, nos preguntamos: ¿hasta cuándo?

