La noticia ha estallado como un volcán. Este lunes, la ex primera ministra Sheij Hasina fue condenada a muerte por su responsabilidad en la trágica pérdida de 1.400 vidas durante las manifestaciones antigubernamentales que sacudieron el país entre julio y agosto de 2024. Desde entonces, las calles de Bangladesh han sido testigo de unas protestas que, aunque en su mayoría apoyan la sentencia, han dejado un rastro de caos y heridos.
Protestas en Daca: entre el apoyo y la ira
Los seguidores de esta decisión judicial no han perdido tiempo. Se han congregado frente al hogar del padre de Hasina, el histórico político Seij Muyibur Rahman, donde una multitud ansía derribar simbólicamente lo que queda en pie del edificio familiar. Equipados con buldóceres y altavoces, gritaban su intención mientras las fuerzas de seguridad intentaban contenerlos tras barricadas.
La tensión se palpaba en el aire; cargas policiales con porras y explosiones sonoras fueron lanzadas para dispersar a los manifestantes, que no estaban dispuestos a retroceder. En otros puntos de Daca y más allá, coches ardían bajo el furor colectivo: alrededor de 50 vehículos fueron incendiados, mientras algunos decidieron cortar carreteras e incendiar neumáticos como forma de protesta ante lo que consideran una justicia tardía.
El primer ministro interino, Muhammad Yunus, no ha tardado en salir al paso de esta situación. “Esta condena demuestra que nadie está por encima de la ley”, dijo con firmeza en sus redes sociales. Aunque también reconoció que para muchos familiares afectados por esta tragedia resulta “insuficiente”. Con sus palabras, Yunus dejó claro que se necesita reconstruir un tejido democrático desgastado por años de opresión y violencia.
A medida que avanza la noche y las llamas iluminan las calles bengalíes, nos encontramos ante un momento crítico. El camino hacia adelante requiere valentía y humildad para enfrentar los desafíos venideros. Las voces del pueblo resuenan fuerte: ¡la justicia debe prevalecer!

