En la jornada del domingo, una serie de bombardeos por parte del Ejército israelí ha dejado un doloroso saldo: seis muertos y 86 heridos, según lo informado por el Ministerio de Sanidad del Gobierno hutí. La noticia, que no debería ser rutina, nos golpea con fuerza y nos recuerda la fragilidad de la vida en esta región. Anees Alasbahi, portavoz del ministerio, desgranó en su cuenta de X los detalles desgarradores de esta tragedia: entre los afectados hay siete menores y tres mujeres, mientras que 21 personas luchan por sus vidas en estado crítico.
Un grito al mundo
Alasbahi no se ha quedado callado ante tal barbarie; denuncia que estos ataques son “un crimen de guerra” más en una larga lista de violaciones sistemáticas perpetradas contra civiles. Y con razón exige a la comunidad internacional que actúe con urgencia para frenar estos asaltos. No podemos mirar hacia otro lado. Los bombardeos han alcanzado la vital central eléctrica de Haziz, esencial para iluminar hogares y hospitales donde hay niños enfermos.
A pesar del sufrimiento y la devastación, el pueblo yemení mantiene su determinación. Ellos no se dejarán amedrentar por este ataque brutal que buscan despojarles incluso de lo más básico.
Mientras tanto, desde Tel Aviv, el ministro de Defensa israelí, Israel Katz, anunciaba con orgullo la destrucción del palacio presidencial hutí. Netanyahu también dejó claro su mensaje: “Atacaremos a quien nos ataque”, como si la respuesta a la violencia justificara aún más el derramamiento de sangre ajena.
La máquina bélica israelí ha justificado estas acciones diciendo que responden a repetidos ataques hutíes contra su territorio. Pero aquí nadie gana realmente; solo se perpetúa el ciclo del odio y el sufrimiento. Al final del día, son personas las que sufren las consecuencias.