En un desgarrador informe que ha visto la luz recientemente, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, nos lanza una cifra escalofriante: la violencia sexual en conflictos armados ha subido un 25% en 2024 respecto al año anterior. Esta noticia llega como un puñetazo en el estómago y pone de manifiesto la brutalidad que acecha a los más vulnerables en distintos rincones del mundo.
La ONU no se guarda nada al afirmar que tanto agentes estatales como grupos no estatales han utilizado la violencia sexual como una herramienta para sembrar terror y dominación. En total, más de 4.600 supervivientes han sido víctimas de esta atrocidad, aunque lamentablemente, este número podría ser solo la punta del iceberg. ¿Cuántos casos quedan sin registrar? El informe abarca solo a 21 países donde hay información verificada.
Cifras desgarradoras y realidades ocultas
Los datos son alarmantes: República Centroafricana, República Democrática del Congo, Haití, Somalia y Sudán del Sur son algunos de los lugares donde se han registrado las tasas más altas de violencia sexual. Y aquí viene lo más desgarrador: entre las víctimas encontramos mujeres y niñas, pero también hombres y niños; todos ellos con edades que van desde uno hasta 75 años. Sin embargo, el peso recae sobre las mujeres, quienes constituyen el 92 por ciento de los afectados.
A menudo estos ataques van acompañados de violencia extrema; hay informes inquietantes sobre ejecuciones sumarias tras violaciones. Lo peor es que el estigma asociado a estas experiencias condena a muchas supervivientes a una vida de exclusión socioeconómica y empobrecimiento. Muchas veces estas mujeres dan a luz a hijos como consecuencia de estas violaciones y terminan atrapadas en un ciclo interminable de sufrimiento.
No podemos pasar por alto cómo los grupos armados utilizan esta táctica para afianzar su control sobre territorios y recursos naturales mientras extienden ideologías extremistas. La proliferación de armas pequeñas facilita aún más esta espiral destructiva.
A medida que los desplazamientos forzosos aumentan y la inseguridad alimentaria se hace palpable, las mujeres y niñas quedan aún más expuestas al riesgo. Los secuestros y la trata con fines sexuales son cada vez más comunes durante estos conflictos.
Lamentablemente, muchas víctimas no logran acceder a atención médica crucial dentro del plazo necesario tras sufrir una violación. Esto deja consecuencias devastadoras para su salud física y mental; carecen del apoyo legal o asistencia necesaria para reconstruir sus vidas.