Este sábado, más de 6,7 millones de taiwaneses se acercaron a las urnas con una misión clara: votar por la posible destitución de 24 legisladores del Partido Nacionalista Chino. Este partido, conocido como Kuomintang (KMT), ha sido señalado por muchos como un cómplice del gobierno de Pekín. En un clima político tenso y polarizado, la ciudadanía decidió alzar la voz en medio de una legislatura donde el oficialismo vive en minoría a pesar de su victoria en las elecciones presidenciales.
La batalla política entre partidos y ciudadanos
El gobernante Partido Progresista Democrático (PPD) lleva tiempo lidiando con esta situación desde que el KMT logró hacerse con 52 escaños en el Yuan Legislativo tras las elecciones de enero de 2024. Y es que estos legisladores no han tenido reparos en aprobar medidas que recortan el presupuesto destinado a defensa o limitan las actividades del Tribunal Constitucional. ¿Y qué hay del dinero? Lo han redistribuido hacia gobiernos locales que, adivina, están controlados mayoritariamente por la oposición.
Bajo esta atmósfera, varios movimientos civiles respaldados por el PPD del presidente Lai Ching Te han impulsado este proceso de destitución, que podría cambiar el rumbo del poder legislativo. En Hsinchu, además, los votantes también decidirán si su alcaldesa suspendida, Ann Kao —enredada en una trama de corrupción— debe ser apartada definitivamente.
No olvidemos que esto es solo el comienzo; hay otra votación programada para el próximo 23 de agosto, donde se someterá a juicio a otros siete legisladores vinculados con Pekín. Las heridas entre Taiwán y China son profundas y se remontan a 1949, cuando tras una guerra civil devastadora los nacionalistas se refugiaron en la isla. Desde entonces, cualquier relación ha sido frágil y formalmente inexistente hasta hace pocas décadas.