La tarde del pasado viernes, un hecho devastador sacudió a la comunidad judía de Melbourne. Un incendio, que se sospecha fue intencionado, se desató en la sinagoga de la Congregación Hebrea de East Melbourne. Afortunadamente, las llamas no dejaron heridos, ya que unas 20 personas que se encontraban dentro pudieron escapar por la puerta trasera justo a tiempo.
Protestas y tensiones en aumento
Pero esto no es todo. Mientras las llamas devoraban el edificio sagrado, una multitud también tomaba las calles del centro financiero de la ciudad. Decenas de manifestantes protestaron frente al restaurante Miznon, propiedad de Shahar Segal, copropietario y portavoz de la controvertida Fundación Humanitaria para Gaza (GHF). Al grito de “¡Muerte a las Fuerzas de Defensa de Israel!”, los ánimos estaban caldeados y el ambiente se tornó violento.
No podemos ignorar lo que está sucediendo; este tipo de actos son un reflejo doloroso del clima social actual. El primer ministro australiano, Anthony Albanese, condenó abiertamente el ataque incendiario y subrayó que “estas acciones no tienen cabida” en Australia. Es desgarrador pensar que mientras algunos cenaban pacíficamente, otros optaron por el camino destructivo.
A medida que avanza la investigación policial para dar con el responsable del incendio, todos nos preguntamos: ¿hasta dónde hemos llegado? Las palabras del primer ministro resuenan como un eco necesario: debemos encontrar maneras constructivas para resolver nuestras diferencias sin recurrir a actos violentos que solo nos dividen más.