El pasado martes, los líderes de Francia y Rusia, Emmanuel Macron y Vladimir Putin, se sentaron a hablar. Más de dos horas al teléfono donde ambos intercambiaron opiniones sobre la escalada de tensiones en Oriente Próximo y el conflicto que asola Ucrania. Macron, con ese tono firme pero conciliador que le caracteriza, pidió a su homólogo ruso un alto el fuego «en el menor tiempo posible». Su mensaje era claro: Francia apoya incondicionalmente la soberanía de Ucrania.
La dura realidad del conflicto
Pero Putin no se quedó atrás. En una intervención cargada de acusaciones, sostuvo que todo lo que está ocurriendo es consecuencia directa de las políticas occidentales. Según él, estas han ignorado durante años las preocupaciones de seguridad de Rusia y ahora solo buscan prolongar las hostilidades enviando armamento a Ucrania. Como quien lanza un ultimátum, advirtió que cualquier intento futuro por lograr la paz debe tener en cuenta «las nuevas realidades territoriales», dejando claro que no está dispuesto a renunciar a los territorios controlados en el este ucraniano.
No solo Ucrania fue tema en esta extensa conversación; también Irán ocupó un lugar destacado. Ambos mandatarios coincidieron en que tienen una responsabilidad especial como miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Macron enfatizó la urgencia para que Irán cumpla con sus obligaciones y reanude la cooperación con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Aquí, ambos líderes se mostraron favorables a buscar una solución diplomática a las dudas sobre los programas nucleares iraníes.
Sin embargo, entre líneas se percibía cierta tensión; mientras Macron abogaba por la paz, Putin hacía hincapié en el derecho legítimo de Teherán a desarrollar su industria atómica pacíficamente. Y así continuó esta danza diplomática entre dos potencias que parecen estar jugando al ajedrez con piezas mucho más grandes.