En un día que debería haber sido como cualquier otro, el 3 de junio se convirtió en una pesadilla para los habitantes de Sumi, Ucrania. Amnistía Internacional ha alzado la voz este lunes para denunciar el trágico saldo de al menos siete vidas perdidas y decenas de heridos a causa de los ataques indiscriminados lanzados por el Ejército ruso, que incluyeron un ataque directo a un hospital.
Una guerra sin piedad
La organización no gubernamental ha calificado estos bombardeos como crímenes de guerra que deben ser investigados con urgencia. Los cohetes Grad, esos artefactos “intrínsecamente imprecisos” que no deberían usarse nunca en zonas pobladas, fueron disparados sin compasión. Brian Castner, director de Investigación sobre Crisis de Amnistía Internacional, subraya que su equipo ha podido comprobar cómo estos proyectiles han sembrado la muerte y destrucción en Sumi.
“No se pueden disparar armas así donde hay gente”, enfatiza Castner. La realidad es devastadora: mientras las fuerzas rusas intensifican sus ataques, la población civil se encuentra atrapada en una guerra que les despoja del derecho más básico a vivir en paz.
Los relatos son desgarradores. Una mujer llamada Olena Shulga, residente cerca del epicentro del bombardeo, compartió su angustia al decir que ya no hay lugares seguros. “Todos son peligrosos y nadie sabe dónde morirá”, afirmó con dolor. En el Hospital Clínico Número Cuatro, aunque muchos lograron refugiarse a tiempo gracias a la alarma aérea, los daños fueron significativos: ventanas estalladas y estructuras dañadas.
Sumi, con unos 200.000 habitantes y ubicada a solo 40 kilómetros de la frontera rusa, ha sido testigo del avance implacable del Ejército enemigo. A medida que esta guerra continúa dejando huellas imborrables en la vida de miles, desde Amnistía Internacional instan a recordar una verdad fundamental: la población civil no es un objetivo.