El pasado domingo, un día que debería haber estado lleno de paz y recogimiento, se convirtió en una jornada de luto y desolación. En el corazón de Damasco, una explosión arrasó la Iglesia del Profeta Elías, dejando a varios cristianos muertos y a decenas heridos. Este ataque no solo es un hecho aislado; es un recordatorio brutal de la violencia que asola esta región.
Según el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, al menos una treintena de personas han perdido la vida o han resultado heridas en este atentado, aunque aún no hay confirmación oficial sobre el número exacto. Todo ocurrió mientras se celebraba la misa, con fieles de la rama ortodoxa griega llenando cada rincón del templo. En ese instante trágico, un suicida entró y detonó su bomba, convirtiendo lo que debía ser un acto sagrado en una escena dantesca.
La comunidad se aferra a la esperanza
Las fuerzas de seguridad rápidamente acordonaron el área, pero las preguntas flotan en el aire: ¿por qué ha tenido lugar esto ahora? Este es el primer atentado de esta magnitud contra una iglesia en Damasco en años. La comunidad cristiana se enfrenta nuevamente al miedo y a la incertidumbre, pero también a una fortaleza que surge del dolor compartido.
No podemos mirar hacia otro lado ante esta tragedia. Es fundamental que apoyemos a quienes han sufrido y reflexionemos sobre cómo podemos contribuir a un futuro más pacífico para todos.