En el corazón del conflicto, nos encontramos con un despliegue militar que deja sin aliento. Entre 40.000 y 50.000 efectivos del ejército estadounidense están esparcidos por Oriente Próximo, repartidos entre una treintena de bases temporales y permanentes, tanto en tierra como en mar. La situación se ha vuelto crítica tras el reciente ataque estadounidense a las instalaciones nucleares iraníes, lo que ha puesto a estas bases en el punto de mira de la Guardia Revolucionaria de Irán.
Un escenario peligroso
“Las bases no son una fortaleza”, advierte la Guardia Revolucionaria, señalando que su número y dispersión han hecho que sean más vulnerables que nunca. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, se muestra desafiante y asegura que la operación conocida como ‘Martillo de Medianoche’ ha arrasado con el programa nuclear iraní. Sin embargo, sus palabras resuenan como un eco inquietante: “No se les ocurra levantar un dedo contra nuestras posiciones”, dice Hegseth.
A día de hoy, Estados Unidos cuenta con 19 bases militares, ocho de ellas permanentes en países como Bahréin, Egipto e Irak. Estas instalaciones han sido blanco de ataques indirectos por parte de milicias afines a Irán; un recordatorio brutal llegó cuando tres soldados estadounidenses perdieron la vida tras un ataque con dron en Jordania.
No podemos olvidar las tensiones históricas: durante los años más álgidos del conflicto iraquí, el número de tropas alcanzó los 170.000 en más de 500 bases. A pesar del tiempo transcurrido, Kuwait sigue albergando importantes instalaciones militares y Arabia Saudí mantiene su papel estratégico con la Base Aérea Príncipe Sultán.
Pese a todo esto, la situación parece no calmarse. En junio pasado, varios destructores fueron enviados desde diferentes puntos para reforzar la presencia estadounidense ante cualquier eventualidad relacionada con Irán e Israel. Esta dinámica perpetúa una sensación constante de inestabilidad en una región ya marcada por conflictos.