En una reciente declaración que ha dejado a muchos rascándose la cabeza, el secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, ha puesto sobre la mesa una meta que parece más un deseo que una realidad: elevar el gasto en defensa hasta el 5% del PIB. Según él, esta cifra es fundamental para lo que llaman ‘disuasión compartida’ dentro de la OTAN. Pero, ¿realmente es necesario?
La presión estadounidense y sus consecuencias
Rubio no se ha cortado al afirmar que “todos” los países miembros deberían comprometerse con este objetivo. Para Washington, cumplir con esta meta no solo fortalece a la Alianza Atlántica, sino que también asegura nuestra preparación frente a las amenazas actuales. Suena bien en teoría, pero hay quienes opinan que esto es simplemente un intento más de imponer su agenda.
No podemos olvidar cómo Donald Trump, desde su llegada nuevamente a la Casa Blanca, ha insistido en esta misma línea. Ha sido como un disco rayado pidiendo a sus aliados aumentar drásticamente su gasto militar. Y ahora nos encontramos con que Mark Rutte, secretario general de la OTAN, está alineando su estrategia con estos deseos. La propuesta incluye establecer un mínimo del 3.5% en gasto puro y añadir otro 1.5% en proyectos vinculados.
Pero lo cierto es que hay voces críticas y preocupaciones válidas sobre si realmente necesitamos desviar tanto dinero hacia armamento cuando hay tantas necesidades urgentes aquí mismo. En tiempos donde cada euro cuenta, ¿no sería mejor invertir esos recursos en otras áreas? Mientras se discuten estas cifras astronómicas, otros temas urgentes como las crisis sociales o medioambientales parecen quedar relegados a un segundo plano.