El pasado 30 de mayo, la noticia nos llega desde Madrid: una redada en la parte paquistaní de Cachemira ha dejado un trágico saldo. Al menos cuatro miembros del grupo Tehrik-e-Taliban Pakistan (TTP), conocidos como los talibanes paquistaníes, han perdido la vida, mientras que dos agentes de policía también han sido abatidos y otros cinco han resultado heridos. La situación es tensa y preocupante.
Un operativo con un trasfondo complejo
Las autoridades de Azad Jamu y Cachemira han confirmado que esta operación se llevó a cabo a las afueras de Rawalakot, una localidad que muchos reconocen como refugio de estos “terroristas de Fitna al Jawarij”, término que el gobierno pakistaní utiliza para referirse al TTP. Lo alarmante es cómo se desencadenaron los hechos: los combatientes abrieron fuego contra las fuerzas de seguridad, lo que llevó a una respuesta contundente por parte del cuerpo policial.
En un comunicado, la Policía no dudó en celebrar lo que consideran un “éxito” al neutralizar una célula terrorista clave, donde se encontraba su líder Zarnosh Nassem. Este individuo está señalado como uno de los responsables de intentar adoctrinar a jóvenes en la región, muchos de ellos incluso recibiendo entrenamiento en Afganistán. Pero no todo termina ahí; las acusaciones van más allá, sugiriendo que este grupo cuenta con el respaldo de “agencias de inteligencia indias” para llevar a cabo sus ataques.
La redada fue posible gracias a la detención previa de un hombre en abril por posesión ilegal de armas. Durante su interrogatorio, confesó ser socio del mencionado Zarnosh Nassem. Es importante recordar que el TTP difiere notablemente del movimiento talibán afgano; sin embargo, ambos comparten esa interpretación radical del islam suní. En Pakistán, este grupo ha dejado huellas imborrables: aproximadamente 70.000 vidas perdidas durante dos décadas llenas de violencia.