En un giro que nadie esperaba, el Tribunal Supremo de Israel ha declarado este miércoles que la salida forzada de Ronen Bar, el jefe del servicio de Inteligencia Nacional (Shin Bet), fue totalmente ilegal. ¿Y qué significa esto? Pues que el primer ministro Benjamin Netanyahu se ha metido en un lío monumental al ser acusado de un grave conflicto de intereses vinculado a la investigación del escándalo ‘Qatargate’.
Un fallo sin precedentes
El presidente del Supremo, Isaac Amit, junto con sus colegas Noam Sohlberg y Daphne Barak-Erez, han dejado claro que esta decisión fue tomada sin fundamentos y sin ni siquiera haber celebrado una audiencia formal. ¡Una barbaridad! Y todo esto ocurre tras semanas en las que el Supremo había frenado su cese, revisando los múltiples recursos presentados ante este polémico caso. La situación ha incendiado las calles, desatando multitudinarias manifestaciones en varias ciudades israelíes.
Netanyahu intentó justificar la destitución de Bar señalando su responsabilidad por los fallos de seguridad durante los ataques devastadores de Hamás el pasado 7 de octubre, donde fallecieron más de 1.200 personas y alrededor de 250 fueron secuestradas. Pero aquí está lo más curioso: Bar argumenta que su despido no tuvo nada que ver con su desempeño profesional. Según él, lo hicieron por su supuesta “falta de lealtad” hacia un Netanyahu que exigía una “obediencia total”, especialmente si llegaba una crisis constitucional.
No sorprende entonces que tanto la oposición como una parte considerable del pueblo sientan que esta destitución es más bien un castigo encubierto relacionado con la investigación sobre una presunta trama corrupta entre el Gobierno y Qatar, vinculada al financiamiento de Hamás. Es un auténtico drama político lo que se vive en Israel.