Este pasado sábado, el primer ministro de Pakistán, Shehbaz Sharif, se dirigió a la nación con un discurso que resonó como un eco de alegría y reivindicación. En medio del fragor del conflicto en la disputada región de Cachemira, se atrevió a hablar de una «victoria nacional«, mientras apuntaba con dedo acusador hacia India por lo que él califica como una «guerra injustificada». La chispa que encendió esta crisis fue el atentado en Pahalgam, un trágico suceso que ahora parece servir de excusa para encender las llamas del enfrentamiento.
«Nuestra operación no fue solo una acción militar; fue un grito contra el odio y el fanatismo religioso», proclamó Sharif con firmeza. Su mensaje estaba claro: esta victoria no pertenecía solo al ejército, sino a todo un pueblo que siente la necesidad de defender sus principios. Pero, ¿de verdad podemos considerar esto como una victoria cuando hay vidas humanas en juego?
¿Y qué pasa con las acusaciones?
Aunque celebraba este alto al fuego anunciado inicialmente por Donald Trump, el primer ministro evitó tocar temas delicados. Las acusaciones recientes por parte de India sobre violaciones del alto el fuego quedaron sin respuesta. El ministro de Información paquistaní, Ataulá Tarar, salió al paso desmintiendo tales afirmaciones, pero la tensión sigue palpable.
No obstante, Sharif insistió en que Pakistán ha actuado conforme a la ley internacional tras aquel fatídico atentado y propuso una investigación independiente para aclarar las sombras que oscurecen los hechos. Sin embargo, su discurso también dejó entrever una intención clara: mantener abiertas las puertas al diálogo pacífico para resolver la eterna disputa sobre Cachemira.
A pesar del clima tempestuoso y las palabras fuertes intercambiadas entre ambos países, parece que hay esperanza para un futuro mejor. La restauración del acuerdo hidrográfico sobre el río Indo podría ser clave para muchas comunidades paquistaníes; quizás ahí radique la verdadera victoria.