El pasado sábado, Australia vivió una jornada electoral que no dejó a nadie indiferente. Las proyecciones que se han ido conociendo desde entonces apuntan a que el Partido Laborista, liderado por Anthony Albanese, ha logrado una victoria rotunda. Se habla de 68 escaños para los laboristas, muy cerca de esos 76 necesarios para alcanzar la mayoría absoluta. En cambio, la Coalición Liberal-Nacional, bajo el mando de Peter Dutton, apenas alcanzaría los 29 asientos. Una situación que deja claro que los días de la Coalición al mando están contados.
A medida que se desglosan los resultados, se hace evidente el avance del Partido Laborista en distritos donde antes se creía imposible; algunos incluso tradicionalmente vinculados a los conservadores. Este cambio no es solo numérico; es un reflejo del descontento ciudadano y de un anhelo de transformación. Un detalle significativo es que Peter Dutton se queda sin representación en su propia circunscripción, Dickson, lo cual supone un golpe duro para la oposición.
Un clamor por el cambio en Sídney
En la sede laborista en Sídney, ya resuena el nombre de su líder: «¡Albo! ¡Albo! ¡Albo!» La televisión pública australiana ABC destaca cómo Albanese llegó al poder con promesas de cambios significativos desde sus humildes orígenes en Darlinghurst, un barrio obrero de Sídney. Sin embargo, no todo ha sido un camino fácil; a pesar del apoyo popular, el precio de la vivienda sigue disparado y sus promesas parecen desvanecerse ante esta realidad. La campaña electoral ha estado marcada por estas críticas y la creciente insatisfacción con las políticas más extremas que vienen desde Estados Unidos.