En un mundo donde la incertidumbre parece ser la norma, cada vez más personas se ven arrastradas por esa sensación conocida como ‘fomo’, o miedo a perderse algo. Esta tendencia ha llevado a muchos a comprar entradas para conciertos con más de un año de antelación, convirtiendo esta práctica en una especie de ancla en nuestro calendario incierto. La realidad es que comprar anticipadamente no solo asegura una experiencia inolvidable, sino que también nos da algo que esperar mientras las promotoras aprovechan para hacer su agosto.
Un cambio radical en nuestra relación con los conciertos
Recordemos hace catorce años cuando Coldplay decidió iniciar su gira mundial en Madrid. Las entradas volaron en apenas una hora, y mi amigo, después de hacer cola durante toda la noche, logró hacerse con varias para ver a la banda que estaba dando un giro inesperado a su estilo musical. Ahora, quince días eran suficientes para prepararse y disfrutar del evento. Pero esos tiempos han cambiado drásticamente.
Hoy en día, conseguir entradas se ha convertido casi en una odisea. El ejemplo más reciente es Bad Bunny, cuya gira por España ha vendido todas sus fechas en cuestión de horas. Sin embargo, este fenómeno no es exclusivo de grandes estrellas; artistas como Aitana o Quevedo también están adoptando este modelo de planificación extrema. Las colas virtuales han reemplazado a las físicas y el precio mínimo para ver a estos artistas ya supera los 100 euros. ¿Quién lo diría?
A pesar del alto costo y las largas esperas online para conseguir esas codiciadas entradas, hay algo reconfortante en tener eventos marcados en nuestras agendas anuales. En medio del caos actual, esos conciertos se convierten en faros que iluminan nuestro camino hacia el futuro incierto.
No se puede ignorar el hecho de que asistir a uno de estos eventos se siente como un deber social hoy día. La presión por estar presente y compartir experiencias está más viva que nunca; parece que todos quieren poder decir “yo estuve allí”. Sin embargo, detrás de ese entusiasmo también hay muchas razones personales y económicas que influyen en nuestras decisiones.
A medida que avanzamos hacia esta nueva era del entretenimiento musical, parece claro que lo que realmente compramos al adquirir esas entradas no es solo acceso a un concierto; estamos invirtiendo en una versión idealizada de nosotros mismos dentro de un año.

