Era una tranquila mañana de octubre en Palma, el tipo de día que invita a pasear. Allí estaban Carles y Antònia, caminando juntos por la Plaça del Mercadal, sin más equipaje que su amor y esa ropa cómoda que solo los domingos permiten. Sin embargo, lo que comenzó como un día normal pronto se tornó en una pesadilla para sus seres queridos.
A partir del lunes, los móviles de la pareja dejaron de sonar. Ni un mensaje, ni una llamada; nada. Los amigos se preguntaban entre ellos: «¿Alguien ha visto a Carles?». En el taller mecánico, las preocupaciones se dispararon cuando uno de los compañeros comentó haberlo visto la semana anterior pero sin recibir respuesta al saludo. En la peluquería, el clima era similar; la dueña apenas podía ocultar su inquietud por Antònia, quien faltaba ya tres días.
El eco de una ausencia
Mientras tanto, las páginas de sucesos llenaban los diarios con historias sobre drogas y accidentes en hoteles, pero nada sobre Carles y Antònia. La situación era alarmante. Sus familiares decidieron actuar: denunciaron la desaparición ante la policía y organizaron una rueda de prensa donde su rostro se hizo viral en redes sociales.
Fue entonces cuando empezó la búsqueda real: Guardia Civil, Salvamento Marítimo y policías municipales recorrieron calles y casas preguntando por ellos. El rumor creció como la espuma; todos hablaban sobre el paradero desconocido de esta pareja. Un testigo incluso mencionó haberlos visto cerca de un precipicio frente al mar… pero fue solo eso: un rumor vacío.
Los días pasaron llenos de angustia y miedo. La madre de Antònia no pudo contener las lágrimas mientras compartía lo maravillosa que era su hija ante las cámaras: «Es un pan de dios», dijo con orgullo y desconsuelo al mismo tiempo. Finalmente, tras días agonizantes para todos, Carles y Antònia decidieron salir del escondite donde se habían refugiado por vergüenza. Se comunicaron con sus padres para decir que estaban bien: «Gracias a todos por preocuparos por nosotros».
Una historia que nos recuerda lo frágil que es nuestra conexión humana; a veces sólo necesitamos ser escuchados o entender que somos amados.