Dicen que el verano es una época mágica para la vida de esos pequeños seres que todos conocemos como insectos. Esas criaturas que, aunque a veces nos pican y nos hacen rascar, también son parte fundamental de nuestro ecosistema. En un momento en el que la naturaleza parece cantarnos sus melodías, los expertos nos recuerdan que hay ritmos y armonías en sus sonidos que pueden llegar a emocionarnos, casi como si fueran poesía.
Cuando escuchamos el canto de las chicharras o el zumbido de una abeja, no podemos evitar pensar en las onomatopeyas que usamos para imitar esos sonidos. ¡Qué curioso! Si en medio de la noche un mosquito revolotea cerca de nuestra oreja, lo último que se nos ocurre es pensar que está creando música. Pero, si tenemos la suerte de escuchar a distintos insectos al mismo tiempo, podríamos describirlo como un verdadero concierto donde los ritmos de la vida se entrelazan para hacernos sentir vivos.
La huella del progreso y el recuerdo del pasado
Sin embargo, no podemos ignorar cómo han cambiado las cosas con la llegada de los insecticidas. Recuerdo cuando era niño: había pulgas y escarabajos por doquier; ahora parece que han desaparecido casi por completo. El poeta Pere Capellà incluso escribió sobre esas imperfecciones que caracterizaban a nuestro pueblo: «…y además tenemos / muchos perros y pulgas». Lo cierto es que hoy eso ya no es tan común.
Pero hablemos específicamente de las pulgas. Estas diminutas criaturas son expertas en saltar de un cuerpo a otro y siempre listas para chupar nuestra sangre. Aunque no son ruidosas, su picazón puede volvernos locos. Hay quienes aseguran que hasta han hecho filosofía con ellas; Ansel Turmeda mencionó cómo las pulgas participaban en discusiones sobre nobleza animal y dignidad humana. Curioso ¿verdad?
Aunque parezcan insignificantes, estas pequeñas plagas han estado presentes en nuestras vidas desde tiempos inmemoriales. Y en el lenguaje popular hemos desarrollado expresiones como “tener malas pulgas” para referirnos a personas difíciles o problemáticas; incluso hay quien dice “espolsarse las pulgas” cuando alguien se libra de preocupaciones.
Así pues, aunque muchos optan por los insecticidas modernos para deshacerse de estos molestos visitantes, hay algo nostálgico y simbólico en recordar cómo nuestras abuelas usaban sus dedos para aplastarlas entre dos uñas. Un arte casi olvidado.
Aún así, no podemos pasar por alto cómo estos pequeños bichitos han influido incluso en el arte y la literatura. Las cupletistes del siglo XX hacían referencia a ellos con humor e ingenio sobre sus cuerpos durante actuaciones escénicas; mientras tanto, poetas clásicos como Lope de Vega inmortalizaban su existencia mediante versos cargados de melancolía.
Así que quizás deberíamos mirar a estos insectos con otros ojos: no solo como pequeñas molestias sino como parte del tejido vital del mundo natural del cual formamos parte.