El festival de Bayreuth, ese rincón donde la música se mezcla con la pasión, ya no es solo un lugar para los entendidos. Ahora, es común encontrarse con amigos del Cercle wagnerià de Mallorca, como Jaume Vaquer y Joan Roca, o con otros amantes de Wagner que llegan desde Barcelona, como Josep Mallol. Durante los largos intermedios, nos reunimos a charlar sobre lo que hemos visto: la escenografía vibrante, las voces que hacen temblar el alma y una orquesta que suena como si estuviera viva.
Un coro que deja huella
El coro del Festspielhaus, en su conjunto, es simplemente espectacular. Aunque podemos debatir sobre las voces solistas y sus interpretaciones, hay algo en la calidad del coro y la orquesta que todos admiramos. En la representación de Lohengrin, esa obra que muchos consideran una puerta de entrada al universo wagneriano, el coro no solo brilló; alcanzó una perfección casi celestial. Y qué decir de la orquesta bajo la batuta del maestro Christian Thielemann, un verdadero ícono aquí en Bayreuth. Su dirección fue impecable: cada nota resonaba en el aire con una fuerza impresionante.
A pesar de ser un público exigente -recordemos cómo a Plácido Domingo lo abuchearon hace unos años cuando se atrevió a dirigir Die Walküre– este año nos entregamos por completo a su dirección.
En esta producción de Lohengrin, llevamos la historia a un bosque donde un generador eléctrico ha dejado sumidos en la oscuridad a unos pequeños habitantes: luciérnagas y criaturas voladoras. Y justo cuando parece que todo está perdido, aparece nuestro héroe: el caballero del cisne. La trama se entrelaza con celos e intrigas en una ópera que nos atrapa desde el primer acorde.
Pese a que Piotr Beczala estaba destinado a ser el protagonista, una indisposición hizo que Klaus Florian Vogt tomara su lugar. Un cambio significativo para algunos, pero Vogt tiene su propia magia y es querido por todos nosotros aquí. Sin embargo, no podemos evitar sentir nostalgia por Beczala; recordamos aquel recital en Pollença en 2018 como si fuera ayer.