La emoción se palpaba en el ambiente mientras los primeros marchadores del Güell a Lluc llegaban al famoso Santuari de Lluc. Con más de 48 kilómetros a sus espaldas, la fatiga ya asomaba, pero no había nada que pudiera detenerlos. Entre risas y jadeos, se escuchaban comentarios como el de Carlos Cañellas: «El cruasán de Selva me ha dado la vida». Y es que no es solo una marcha; es una experiencia que queda grabada en la memoria.
Una travesía llena de historias
Cientos de valientes caminan desde la Plaça Güell en Palma hasta el santuario, enfrentándose a montañas y un cansancio extremo. La madrugada les recibió con oscuridad y un aire fresco que prometía aventuras. A su paso por Caimari, ya llevaban más de 30 kilómetros recorridos y las piernas comenzaban a flaquear. Sin embargo, el espíritu competitivo les empujaba hacia adelante.
Entre chistes y ánimos, algunos participantes lanzan frases como: «Si no te veo arriba en dos horas, ¡la vamos a tener!» Mientras tanto, otros optan por métodos menos ortodoxos para sobrellevar el cansancio; un joven camina descalzo o con chanclas alternando entre ambos estilos. Eso sí, todos tienen un objetivo claro: alcanzar Lluc.
Y finalmente lo logran. Al llegar, no hay mejor recompensa que mojarse los pies cansados después de tantas horas caminando. En el tren de regreso, si ves a alguno con cara de pingüino por lo dolorido, ofrécele tu asiento; seguro que te lo agradecerá. Porque esta experiencia va más allá del deporte; es una celebración comunitaria donde cada paso cuenta y cada cruasán da energía para seguir soñando.