En una charla íntima, el pianista londinense James Rhodes nos recuerda algo fundamental: “La educación musical es un derecho, no un lujo”. En un mundo que parece girar a mil por hora, él asegura que la música se convierte en nuestro refugio, una manera de escapar del ruido constante de las redes sociales y la presión diaria. “Un concierto es como una recarga de energía”, dice con pasión.
Rompiendo barreras en la música clásica
Rhodes no se muerde la lengua cuando habla sobre el elitismo en el mundo de la música clásica. “Me da rabia escuchar que solo los ricos pueden disfrutarla”, afirma. Para él, lo único que necesitamos son dósis de música y dos orejas. No hay reglas fijas; esa idea solo busca excluir a quienes no encajan en ese molde. La realidad es que todos los niños deberían tener acceso a clases de piano y conciertos en directo, sin importar su situación económica.
El artista también aboga por acercar esta rica tradición musical al público general. “Estoy cansado de tanta segregación. La música debe ser para todos”, explica mientras reflexiona sobre cómo algunas lenguas, como el gallego, también enfrentan desafíos similares. Es triste pensar que parte de nuestra identidad cultural se diluye por falta de apoyo y apreciación.
No todo es música para Rhodes; también toca temas delicados como su propia salud mental y los problemas que enfrentan los jóvenes hoy en día. Se siente avergonzado al reconocer que su generación ha dejado un legado complicado para las futuras: “Hemos jodido el mundo”, confiesa sin tapujos. Los adolescentes luchan por ser escuchados mientras enfrentan largas esperas para recibir atención médica, convirtiéndose así en invisibles ante quienes toman decisiones.