La noche del viernes se llenó de magia y emoción en el Sónar con la actuación de Maria Arnal, quien presentó su esperado espectáculo AMA. Con un repertorio que fusiona lo mejor del pop contemporáneo con coreografías impresionantes, Arnal dejó claro que no ha vuelto a la escena musical para pasar desapercibida. Aún sin una fecha definida para su nuevo álbum, nos regaló catorce canciones que ahondan en el rol femenino dentro de nuestra cultura, un tema que resonó profundamente entre los asistentes.
Compromiso y música al servicio del arte
Antes de comenzar su actuación, Maria sorprendió a todos con un manifiesto audiovisual sobre la relación del festival con KKR, donde expuso su firme compromiso por crear lazos entre el Sónar y las plataformas BDS y Pacbi, además de apoyar a la comunidad palestina en Catalunya. Ella misma agradeció las medidas adoptadas por el festival para distanciarse de KKR y condenar cualquier forma de genocidio. Un comienzo contundente que sentó las bases para una noche llena de significado.
El concierto fue un viaje sonoro donde la voz de Arnal brilló como nunca. Con apoyo de inteligencia artificial –manipulada incluso por las bailarinas de La Veronal– su interpretación se volvió aún más potente. Desde melodías juguetonas hasta momentos dramáticos, cada canción era una historia propia. En ‘Ventanita al cielo’, un dueto emocionante con La Tania, se palpaba esa fusión entre lo flamenco y lo moderno que tanto nos gusta explorar.
No obstante, no todo quedó ahí; también pudimos disfrutar del Niño de Elche junto a Raül Refree en cru+ces, creando una atmósfera oscura pero cautivadora donde el cante se fundía con ritmos electrónicos. Su propuesta reflexionaba sobre temas existenciales y dejaba huella en quienes tuvieron la suerte de ser parte del público presente.
Cerrando la velada, Alva Noto y Fennesz ofrecieron un homenaje inolvidable a Ryuichi Sakamoto mientras Bronko nos transportaba hacia ritmos más festivos con su mezcla única. Una verdadera explosión musical que mantuvo al Village vibrante hasta altas horas.
Sencillamente, el Sónar se reafirma como uno de esos espacios donde la música no solo se escucha; se vive.