Cuando escuchamos que la mujer más rica del mundo, Françoise Bettencourt Meyers, ha vendido su casa de Formentor por 12,5 millones de euros, no podemos evitar preguntarnos: ¿quién se marcharía de un lugar tan idílico por esa suma? Esta emblemática vivienda ha sido el refugio de la heredera de L’Oréal desde que tenía apenas cinco años. Es como si Mallorca hubiera perdido una parte de su alma.
Una historia ligada a la isla
Can Roig, tal y como se llama la lujosa propiedad, fue adquirida por sus padres en los años cincuenta. Aquí, entre pinos y flores, Françoise y su familia vivieron innumerables momentos felices. Sin embargo, tras desestimar ofertas a la baja, finalmente los nuevos propietarios son una familia estadounidense con raíces en Boston. Y aunque han llegado nuevos inquilinos, parece que el ambiente familiar ya no es lo mismo.
A lo largo de los años, esta mujer ha atravesado duras pruebas personales. Desde la muerte de su madre hasta un deterioro cognitivo que afectó a su vida cotidiana. La tristeza parece reflejarse también en su decisión de vender Can Roig; un lugar donde solía respirar tranquilidad lejos del estrés parisino. Pero ahora es evidente que ese respiro se siente más como un suspiro ahogado.
La realidad es dura: las cosas han cambiado en Mallorca. El masivo turismo y el tráfico colapsan las calles y playas que alguna vez fueron un paraíso tranquilo. Lo que era un escape ahora parece un laberinto sin salida para quienes buscan paz.
A medida que nos despedimos simbólicamente de los Bettencourt y su legado en Formentor, recordemos las palabras de Liliane Bettencourt: «aquí puedo respirar». Tal vez nosotros también necesitemos reflexionar sobre cómo preservar esos lugares especiales antes de tirarlos a la basura del progreso desmedido.