En una noche donde el espectáculo debía resplandecer, Erika Vikman ha llegado para dejar huella. Con su carisma desbordante, logró conquistar al público de St. Jakobshalle, un lugar vibrante que no sabía a quién dirigir su atención hasta que ella subió al escenario. Su actuación fue un verdadero torrente de energía y personalidad, eclipsando incluso a grandes nombres como Melody, quien quedó en un segundo plano tras una primera semifinal algo decepcionante.
Una semifinal sin chispa pero con sorpresas
Mientras algunos países como Suecia y Albania acaparaban miradas por sus propuestas más convencionales, Erika se destacó sin necesidad de estridencias ni bailarines extravagantes. Bastó su presencia y una melodía fresca para convertirse en una de las favoritas del festival. Su capacidad para hipnotizar no tiene comparación: es como si hubiera absorbido toda la esencia del festival y la hubiera transformado en su propia magia.
A pesar del esfuerzo de las presentadoras Sandra Studer y Hazel Brugger, quienes intentaron animar el ambiente con bromas y buen rollo, la gala careció de esa chispa tan necesaria. La sensación general era que faltaba ritmo; una lástima teniendo en cuenta lo mucho que se esperaba de esta edición. Aun así, entre actuaciones memorables como la potente propuesta armenia o el colorido despliegue maltés, hay esperanza para un festival que aún puede sorprender.
No podemos olvidar a Austria, cuyo tema también promete ser uno de los grandes favoritos gracias a su mezcla perfecta entre intensidad y emoción. Es emocionante ver cómo estos artistas emergen con fuerza mientras otros se desvanecen ante los abucheos del público. En este Eurovisión 2025, parece claro que la geopolítica ya no juega el papel decisivo de antes; hoy en día hace falta algo más que conexiones políticas para alcanzar la gloria.