Este miércoles, mientras estaba en el médico, Eduardo Mendoza recibió la noticia que le llenó de emoción: se alzó con el Premio Princesa de Asturias de las Letras. El autor barcelonés, conocido por su humor y aguda observación, se quedó afónico casi por la sorpresa. Entre risas nerviosas y una voz quebrada, compartió su alegría diciendo: «He dedicado toda la vida a lo que más me gusta, escribir y hacer el vago, y esto al final me lo premian». Es difícil no sonreír al imaginarlo así, como un personaje salido de sus propias novelas.
Un legado literario inquebrantable
A lo largo de sus 50 años de carrera, Mendoza ha dejado huella en varias generaciones. «He enseñado a leer a varias generaciones», afirmó orgulloso. Y es que este escritor no solo ha creado historias; ha llevado el humor a la literatura seria, convirtiéndolo en su mejor aliado. Reconoce que este tipo de narrativa siempre ha existido, pero él fue valiente al lanzarse a explorarlo más allá del convencionalismo académico.
No sin un toque irónico, mencionó cómo otros autores reciben premios similares y tienen que seguir creando. «La jubilación tendrá que esperar», bromeó. Aunque hace un par de años insinuó retirarse, confesó que es difícil escapar del llamado de las novelas: «Las novelas deciden por mí».
Mendoza también reflexionó sobre Barcelona, esa ciudad que tanto ama pero siente distante ahora: «Mi ciudad no la reconocería ni su padre». En fin, un auténtico referente para muchos escritores actuales que buscan dar voz al humor en sus obras. Su mensaje es claro: hay espacio para una literatura digna sin sacrificar calidad por diversión.