El pasado 8 de mayo, el Auditorium de Palma se convirtió en un auténtico santuario musical gracias a la Orquestra Simfònica de Balears, que bajo la dirección del talentoso Antonio Méndez y con la magistral participación de Alena Baeva al violín, logró encandilar a todos los presentes. Quienes estuvimos allí sabemos lo complicado que es controlar el sonido en una obra sinfónica; hay momentos en los que el silencio pesa y otros donde la explosión melódica inunda el espacio.
Un viaje sonoro entre Sibelius y Brahms
Baeva, con su técnica delicada y un sonido vibrante, interpretó el Concierto para violín de Sibelius, llevándonos a esos pasajes etéreos donde el violín casi se siente más que se escucha. ¡Qué belleza! El lirismo de la obra, lleno de matices melancólicos, resonó profundamente en nuestro interior. Por si fuera poco, tras recibir una ovación ensordecedora, nuestra solista decidió regalar al público un bis: el Capriccio de Grazyna Bacewicz. Y aquí va mi sugerencia: ¿por qué no incluir más música compuesta por mujeres en las futuras programaciones? El Concierto para piano de Clara Wieck sería una joya bien recibida.
Pero no solo brilló Baeva esa noche. La Sinfónica nos hizo vibrar también con las gloriosas melodías de Brahms en su Cuarta Sinfonía, una obra monumental que ya forma parte del legado musical universal. Antonio Méndez demostró su conexión íntima con la música alemana al dirigir esta pieza maestra. Las frases potentes y emotivas fluyeron como ríos caudalosos desde sus manos hasta nuestros corazones, llevándose aplausos interminables.
Ciertamente fue una velada mágica: cada nota tocada por la orquesta dejó huella y nos recordó por qué seguimos volviendo a estos conciertos. Es hora de seguir apoyando estas iniciativas culturales que enriquecen nuestra comunidad. ¡Hasta la próxima!