Vivimos en un mundo donde la obsesión por las marcas y la moda parece haber alcanzado niveles insospechados. Muchos de nosotros hemos escuchado esa frase que dice: «Dime qué llevas puesto y te diré quién eres», pero quizás deberíamos reformularla: «Dime qué llevas puesto y te diré quién pretendes ser». Y es que, ¿cómo hemos pasado de vestirmos según lo que dictaba la vida cotidiana a dejarnos llevar por los caprichos de la moda?
Un armario lleno de historias
Ayer, nuestros abuelos sacaban los abrigos cada vez que llegaba el frío, y recuerdo cómo en mi pueblo había hombres que utilizaban el traje de boda para todo tipo de eventos durante años. Aquello tenía su encanto. En sus memorias, guardaban un fragmento de su historia en cada prenda. Nos recuerda a esos versos del poeta Josep V. Foix, donde habla del amor y el paso del tiempo. Pero hoy en día, las cosas han cambiado; seguimos buscando algo más, una imagen idealizada.
No podemos negar que la moda nos empuja a teatralizar nuestras vidas. Cada día nos levantamos con la intención de representar al personaje que queremos mostrar al mundo. La antropología ha dejado claro que nuestra forma de vestir no es solo un tema superficial; está cargada de significados y símbolos. A través de lo que elegimos ponernos, comunicamos algo sobre nosotros mismos e incluso sobre nuestros deseos.
Sin embargo, esto también tiene su lado oscuro. En ocasiones desviamos nuestros sentimientos hacia objetos inanimados como prendas específicas; eso es lo que llamamos fetichismo. La moda se convierte así en una especie de juego social donde todos competimos por destacar entre la multitud.
Recientemente estuve en París disfrutando de una exposición en el Louvre dedicada a la alta costura. Allí vi obras maestras creadas por diseñadores como Chanel o Dior; verdaderas maravillas llenas de arte e historia. Sin embargo, me hizo reflexionar sobre cómo ese mismo día asistí a una gala literaria aquí en Mallorca donde alguien mencionó con desdén «el prêt-à-porter». Y es curioso porque tal vez ese comentario pasó desapercibido entre los asistentes, quienes continuaron esperando ansiosos los resultados.
A menudo veo a amigos enfrentarse al armario como si fuera un cofre del tesoro lleno de recuerdos olvidados. Una amiga me confesó recientemente haber decidido abrir su guardarropa tras años sin hacerlo. Al mirar esas prendas acumuladas comprendió que cada vestido contaba un capítulo distinto de su vida y se dio cuenta del esfuerzo constante para aparentar juventud.
Así pues, mientras seguimos navegando entre tendencias y estilos impuestos por otros, quizás deberíamos preguntarnos: ¿qué historias queremos contar realmente con nuestras elecciones?