El pasado martes, la Real Academia Española se vistió de gala para rendir un homenaje a uno de nuestros más grandes poetas: Antonio Machado. Y no fue un homenaje cualquiera. Nos recordaron que, aunque fue elegido como académico en 1927, nunca tuvo la oportunidad de leer su discurso de ingreso. Fue como si el tiempo se detuviera por un momento mientras José Sacristán leía fragmentos de ese discurso tan esperado.
Un acto lleno de emociones
Aquella sala, repleta de académicos y políticos con sus trajes formales y estrechos apretones de mano, rápidamente se transformó cuando Serrat subió al escenario. A pesar de su voz ya debilitada, su interpretación era pura emoción. Era evidente que había algo más que música en el aire; era el espíritu del poeta lo que resonaba entre nosotros. Este evento no solo representaba una formalidad académica, sino un regreso simbólico del alma inquieta de Machado.
Santiago Muñoz Machado, presidente de la RAE, nos hizo recordar cómo Antonio y su hermano Manuel fueron elegidos en esta casa literaria y cómo la guerra los separó. El primero se mantuvo firme defendiendo la República hasta el final, mientras que Manuel asumió un papel muy distinto dentro del régimen franquista. Una historia cargada de tristeza y pasión que nos conecta con nuestra historia reciente.
El acto fue un viaje emocional donde personajes conocidos ocupaban las primeras filas junto a la infanta Margarita. Entre ellos estaban figuras políticas relevantes como Francina Armengol o Alfonso Guerra, quien recordó con nostalgia que todos tenemos una deuda con Machado. Así es; la literatura tiene esa capacidad mágica para unirnos a pesar del paso del tiempo.
Serrat terminó su actuación con algunas lágrimas en los ojos al interpretar «Cantares»; era imposible no sentir lo profundo que esto significaba tanto para él como para todos los presentes. La voz quebrada y los papeles entre sus manos eran testigos de una conexión inquebrantable entre dos leyendas: el poeta que escribió las palabras y el cantautor que les dio vida.