En el corazón de la Biblioteca Nacional de España se encuentra una joya invaluable: el códice de Metz. Este antiguo manuscrito, datado en el siglo IX, no solo es una obra maestra del conocimiento, sino que también fue creado por un encargo de Drogo, hijo de Carlomagno, con el propósito de compilar información científica clave para la liturgia. Su importancia radica en que ayudaba a calcular festividades religiosas y otros eventos esenciales.
Un viaje a través del tiempo
Aunque no poseemos el original, esta copia se erige como la más fiel entre las existentes en todo el mundo. María José Rucio, jefa del servicio de Manuscritos e Incunables, lo describe como un compendio que busca entender los fenómenos naturales y los misterios del universo. “No son textos originales”, aclara Rucio, “sino recopilaciones que iluminan nuestra historia”. Y lo cierto es que cada página está adornada con ilustraciones vibrantes y detalladas.
Con 76 hojas escritas en latín y elaboradas con técnicas de caligrafía carolingia, este códice se asemeja a lo que hoy conocemos como libro moderno. ¡Imagina las horas dedicadas a su creación! Las hojas están hechas de pergamino y papiro, unidas con costura y encuadernadas con maderas diversas. Los tonos azules y ocres predominan en sus magníficas representaciones figurativas de constelaciones; es casi como si las estrellas mismas hubieran cobrado vida entre sus páginas.
No podemos olvidar su historia. Antes de llegar a Madrid, pasó por el monasterio benedictino de Prüm en Alemania y cambió varias veces de manos antes de ser confiscado por un duque en Sicilia. Finalmente encontró su camino hacia la Real Librería Pública española a principios del siglo XVIII. Es fascinante pensar en cuántas personas han tenido la oportunidad de admirar este tesoro a lo largo del tiempo.
Hoy en día, se conserva cuidadosamente bajo estrictas condiciones climáticas para garantizar su preservación; su valor es incalculable tanto cultural como histórico. Aunque el Códice de Metz es sin duda la joya más antigua que posee la Biblioteca Nacional, existe otro aún más viejo: el papiro de Ezequiel, datado a inicios del siglo III. Sin embargo, eso no resta ni un ápice al asombro que genera nuestro querido códice.