Hace 25 años, España se vestía de gala para celebrar su primera Copa Davis, un momento que quedó grabado en la memoria colectiva de todos nosotros. Era el año 2000, y tras un camino lleno de altibajos, ese «este año sí» tan familiar en el mundo del deporte parecía finalmente hacerse realidad. La final contra Australia en Barcelona no solo representaba una oportunidad para el tenis español, sino también una reivindicación de todo un país que estaba emergiendo como potencia deportiva.
Un recorrido lleno de emociones
Desde los tiempos dorados con jugadores como Sergi Bruguera, Carlos Moyá y Arantxa Sánchez Vicario, hasta las penurias que habíamos vivido, había llegado la hora de demostrar que podíamos conquistar la Ensaladera. La historia no fue fácil; tuvimos momentos críticos, como la retirada de figuras clave y diversas crisis internas. Pero cada éxito sumaba al legado que queríamos construir.
El camino hacia aquella final comenzó en Hamilton en 1999, donde Manuel Santana llevó a un equipo joven y decidido a vencer sin contemplaciones. Al regresar a casa tras esa victoria por 0-5, los cambios comenzaron a gestarse; Santana dejó su puesto y llegó lo que se conoció como el ‘G4’, un grupo de entrenadores encargados de llevar al equipo hacia la gloria.
Y así fue como cada eliminatoria se transformó en una fiesta. En Murcia vencimos a Italia; en Málaga hicimos lo propio con Rusia; y cuando llegamos a Santander para enfrentar a Estados Unidos, ya nadie podía dudar del potencial que teníamos. Sin embargo, era claro que la gran prueba sería ante Australia.
El Palau Sant Jordi nos recibió con los brazos abiertos y una atmósfera vibrante. Aunque hubo momentos tensos —como cuando Costa perdió el primer punto— fue Ferrero quien dio el golpe definitivo al derrotar a Hewitt, llevando así a España hacia su histórica victoria por 3-1. ¿Quién no recuerda esos instantes cargados de adrenalina?
A medida que celebrábamos aquel triunfo monumental, muchos reflexionaron sobre cómo Barcelona se había convertido en el escenario perfecto para tal hazaña. Agustí Pujol, presidente de la RFET entonces, recordó cómo Juan Antonio Samaranch insistió en mantenerla allí y cómo eso significó tanto para todos nosotros.
Aquella victoria marcó el inicio de una era dorada para nuestro tenis nacional; desde entonces han llegado más títulos y grandes éxitos. Pero siempre habrá algo especial en esa primera Copa Davis: fue nuestra manera de decirle al mundo entero que estábamos aquí para quedarnos.