Era un sueño que parecía al alcance de la mano. El RCD Mallorca había estado coqueteando con las posiciones europeas durante más de la mitad de la temporada, ocupando una plaza entre los ocho primeros en 22 de las 37 jornadas. Pero todo se vino abajo con un final de campaña desastroso, donde el equipo solo aspira a terminar décimo. La última derrota ante el Getafe, que acabó 1-2, dejó claro que esa posibilidad europea se esfumó como un suspiro.
La montaña rusa del rendimiento
Soñar con Europa no era una locura; era una esperanza realista alimentada por los buenos números del equipo. Sin embargo, el panorama cambió drásticamente cuando, tras una primera vuelta prometedora, comenzaron a acumularse las decepciones en Son Moix. En esos últimos partidos cruciales, donde teóricamente deberían haber asegurado puntos fáciles contra rivales como Alavés y Celta, solo lograron sumar tres puntos en cinco encuentros. ¡Qué frustración!
A medida que avanzaba la segunda vuelta, quedó claro que algo no funcionaba. Con diecisiete puntos en dieciocho partidos, el Mallorca ha sido uno de los peores equipos durante esta etapa. ¿Las razones? Una mezcla letal: una plantilla escasa, falta de ambición en el mercado invernal y lesiones clave han hecho mella en el rendimiento colectivo.
Pero lo más preocupante fue ver cómo poco a poco se rompía esa conexión con la afición. Ya no había lleno en las gradas; ni siquiera alcanzaron los 20.000 espectadores en algunos partidos importantes. Ese vacío se notaba tanto dentro como fuera del campo.
A pesar de todo esto, hay algo que destaca: aún siendo el sexto equipo con más jornadas entre los europeos, esta estadística amarga resalta lo crucial que es cerrar bien cualquier competición para alcanzar esos objetivos soñados.