En Palma, la capital balear, se respiran dos Europas que parecen no entenderse. Por un lado, tenemos al Illes Balears Palma Futsal, un equipo que brilla con luz propia y se siente como en casa en el continente. Y por otro, está el RCD Mallorca, un club que aspira a grandes cosas pero que parece estar atrapado en una zona de confort bastante preocupante.
Gabriel Forteza lo ha dejado claro: mientras los hombres de Antonio Vadillo enfrentan cada partido con una ambición desbordante, el Mallorca se presenta en el campo más como un espectador que como un protagonista. ¿Cómo es posible que hablemos tanto de Europa cuando hay tan poco interés real por alcanzarla? Cada vez que se menciona la posibilidad de clasificar al equipo para competiciones europeas, termina siendo un fiasco. El último encuentro contra el Girona fue otra muestra del conformismo que pesa sobre los bermellones.
Un esperpento en Montilivi
El partido del domingo dejó mucho que desear. El Girona salió a darlo todo y lo hizo. Mientras tanto, nuestro querido Mallorca parecía más preocupado por sobrevivir que por luchar. ¿Cinco defensas? Sí, esa fue la estrategia inicial: esperar a ver qué pasaba. Luego llegaron las prisas y cambios apresurados, pero esas soluciones improvisadas solo nos dejaron con una sensación amarga.
La verdad es dura: mientras el Palma Futsal levanta trofeos europeos a su paso (¡tres consecutivos!), nosotros seguimos lidiando con las mediocridades del día a día. Cada quien tiene lo suyo; ellos acumulan títulos y nosotros nos conformamos con menos.