Era de madrugada cuando sonó el despertador, y con él, la promesa de un día que muchos llevábamos esperando durante todo un año. En la Playa de Muro se reunieron miles de ciclistas, cada uno con su historia, sus sueños y, sobre todo, su amor por las dos ruedas. ¡Cómo no sentir mariposas en el estómago! Entre ellos, 2.599 eran paisanos que venían a compartir esta locura llamada Mallorca 312.
Un viaje lleno de recuerdos
Desde muy temprano, el ambiente estaba cargado de nervios y emoción. Muchos preparaban su desayuno tras una noche corta; otros apenas habían pegado ojo. Con cafés humeantes y algo para llenar el estómago, salimos rumbo a la línea de salida sin saber lo que nos esperaba.
El primer sector fue como una explosión: bicicletas por todas partes y un ritmo frenético que pronto comenzó a marcar el tono del día. Sin embargo, una sombra oscura nos acompañaba: Phil, un compañero británico al que nunca conocí pero cuya memoria hoy resuena fuerte entre nosotros.
A medida que avanzábamos hacia Pollença y más allá del Coll de Femenia, éramos conscientes del reto físico ante nosotros. Mientras algunos peleaban por posiciones en la cabeza del pelotón, yo simplemente intentaba no descolgarme. ¡Qué maravilla ver cómo los vecinos animaban desde las aceras! Era un verdadero festival del ciclismo donde todos éramos protagonistas.
No obstante, no todo era alegría; había momentos tensos cuando las calles se estrechaban o cuando el terreno se volvía traicionero. En esos tramos me acordé de los consejos sabios: ‘come y bebe’, porque nadie quiere quedarse sin energía antes de tiempo.
Llegar hasta Lluc fue otra prueba; allí los toboganes ofrecían oportunidades para recuperar algo perdido en la subida previa. Pero mientras pedaleara junto a mis compañeros siempre había risas a nuestro alrededor; eso es lo bonito del ciclismo: la camaradería incluso en los momentos difíciles.
Poco a poco fuimos dejando atrás los puntos más complicados hasta llegar al avituallamiento en Sa Granja; ese lugar donde uno puede reponer fuerzas antes del último empujón hacia meta. Y aunque algunos olvidaron recoger sus envoltorios y dejaron rastro detrás suyo —un pequeño tirón de orejas para todos— lo cierto es que estábamos ahí disfrutando cada instante.
Finalmente llegué a Playa de Muro después de 8 horas y 32 minutos llenos de esfuerzo y dedicación; cruzar esa meta fue pura emoción. Ver a mi familia esperándome al otro lado fue el broche perfecto para esta jornada épica. Este año he vuelto a recordar lo importante que es disfrutar cada pedaleada y compartir este amor por el ciclismo con gente increíble. El año que viene volveré… ¿será hora de probar la Mallorca 225? Solo el tiempo lo dirá.