El 27 de abril de 1985 es una fecha que muchos aficionados al ciclismo jamás olvidarán. En la cuarta etapa de La Vuelta a España, entre Santiago de Compostela y Lugo, la carrera se detuvo en seco por un giro del destino. Jaume Salvà, un joven mallorquín nacido en Llucmajor, sufrió un accidente que lo dejó al borde de la tragedia.
Todo ocurrió cuando un perro, un pastor alemán travieso, decidió saltar desde un balcón justo cuando los ciclistas descendían a gran velocidad hacia A Coruña. Fue el caos total; varios corredores cayeron y Salvà fue el más afectado. Con su cuerpo tendido boca abajo sobre el asfalto y su rostro cubierto de sangre, la situación era crítica.
El heroísmo en medio del desastre
Recuerda el doctor Astorqui, quien estuvo allí para atenderlo: «Jaime estaba morado, con fuerte traumatismo y en apnea». La angustia se apoderó del ambiente; sin embargo, Astorqui no dudó ni un segundo. Sacó su equipo y comenzó a hacer lo posible por reanimarlo. «Me tragué la mitad», confesaba con sinceridad años después. Su esfuerzo fue heroico y gracias a él, Salvà logró sobrevivir.
Años más tarde, ya fuera de las competiciones profesionales, Jaume recordó cómo perdió la memoria durante días debido al impacto. A pesar de haber vuelto a competir tras dos años alejado del ciclismo, nunca pudo deshacerse del miedo que le dejó aquel momento fatídico. Sin embargo, esa experiencia también forjó una amistad entrañable con el médico que le salvó la vida. Hoy en día aseguran que ya no hablan sobre aquel incidente; ha quedado atrás como una anécdota compartida entre amigos.
Así es como una imagen desgarradora se transforma en un relato cargado de humanidad y superación. Porque detrás del deporte hay historias que van mucho más allá de la competición misma.