En el GP de Hungría, Alonso estuvo a un suspiro de lograr lo que habría sido su pole número 23. La tensión se palpaba en el aire mientras giraba en la última vuelta, pero algo falló en la penúltima curva, justo a un lado de la entrada a boxes. Era el momento clave, esa fracción de segundo donde los sueños pueden romperse o hacerse realidad.
El golpe del destino
Era una vuelta casi perfecta. Fernando estaba metido en su zona, concentrado y disfrutando del ritmo del Hungaroring, un trazado que ha sido testigo de sus hazañas durante más de dos décadas. Pero todo cambió al llegar a esa curva 13, donde las gomas traseras estaban tan calientes que el AMR25 dio un trallazo inesperado. Una corrección brusca le costó tiempo valioso y ahí es cuando Charles Leclerc aprovechó para volar con una vuelta magistral. El dolor de esas 109 milésimas que lo separaron del primer puesto es difícil de ignorar.
Leclerc encontró ese milagro justo cuando más lo necesitaba; él también había estado detrás de Alonso durante toda la sesión. En un instante, su coche fue como un rayo sobre raíles mientras Alonso luchaba por mantener su velocidad. Es triste ver cómo una oportunidad brilla y se apaga tan rápido.
Aún así, no todo está perdido para nuestro asturiano favorito. No podemos olvidar que en esta misma carrera, Esteban Ocon se llevó el triunfo gracias a la estrategia y al apoyo incondicional de Fernando hace dos años. Hay posibilidades; sale desde una buena posición y si juega bien sus cartas en las primeras curvas puede adelantar a algunos rivales.
Y quién sabe qué más traerá el clima: una tormenta podría cambiarlo todo rápidamente. Quizás hoy sea ese día mágico donde Fernando deje atrás esa etiqueta de «el piloto con peor suerte del mundo» y demuestre ser quien toma las decisiones acertadas en los momentos críticos.
Aunque parece complicado superar a los McLaren este fin de semana, no hay que perder la fe; hemos visto sorpresas mucho mayores en este apasionante mundo de la Fórmula 1.