El Gran Premio de Mónaco no es solo otra carrera; es un auténtico laberinto donde la adrenalina y el peligro bailan al ritmo de los motores. Carlos Sainz, con su Ferrari rugiendo, se aventuró a explorar cada rincón del circuito, enfrentándose a la complejidad de una pista que es famosa por poner a prueba hasta a los más experimentados.
Desafíos en cada curva
En esta primera sesión libre, el piloto español rápidamente se dio cuenta de que aquí, en Santa Devota, uno de los giros más complicados del trazado, hay que tener cuidado. No se trata solo de apretar el acelerador; hay que jugar al borde entre la velocidad y el riesgo. En su afán por encontrar esa velocidad extra, Sainz terminó saliéndose y tuvo que recurrir a la escapatoria para evitar un choque inminente con el muro. Una maniobra arriesgada pero necesaria.
Y no fue el único. Lando Norris también tuvo su momento complicado en el mismo lugar, donde los muros parecen acercarse peligrosamente en cada curva. El circuito estaba lleno de sorpresas: Verstappen esquivó por poco un accidente en una chicane mientras Hamilton casi se estrellaba debido al tráfico denso. La tensión se palpaba en el aire; era como si cada piloto estuviera compitiendo no solo contra sus rivales, sino contra la misma naturaleza desafiante de Mónaco.
Poco después, Oscar Piastri dejó claro que este no era un paseo tranquilo: “He dado al muro, chicos”, resonó su voz por la radio tras marcarse un roce con las barreras. Y así sigue la historia del Gran Premio: todos buscan ese equilibrio entre darlo todo y mantenerse intactos ante tanto riesgo.
Mónaco tiene esa magia especial; te atrapa y te empuja a cometer errores cuando menos lo esperas. Cada giro puede ser tu mejor tiempo o tu peor pesadilla. Lo cierto es que este circuito es como una amante caprichosa: exige respeto y habilidad para poder salir victorioso.