El Gran Premio de Australia ha dejado a Lewis Hamilton con un sabor amargo. En una jornada que prometía mucho, el piloto británico no logró despegar y se tuvo que conformar con una octava posición en la parrilla de salida. Es cierto que este circuito, donde ha cosechado tantas alegrías en el pasado, le daba la bienvenida con un halo de esperanza. Pero las cosas no salieron como él esperaba.
Un fin de semana para olvidar
Desde el primer momento, Hamilton mostró incomodidad al volante del SF-25. A medida que avanzaba la clasificación, sus preocupaciones se hacían más evidentes; el coche no giraba como él deseaba y su frustración se notó en cada comunicación por radio. «No estamos donde deberíamos estar», repetía mientras su equipo intentaba mantener la calma recordándole que el año pasado también empezaron desde atrás.
Sin embargo, esta vez fue diferente. Con Charles Leclerc ocupando solo el séptimo lugar, ambos pilotos de Ferrari no lograron brillar y eso encendió las alarmas. Hamilton llegó a trompear durante uno de sus giros cruciales y eso puso aún más presión sobre él; ni siquiera pudo acercarse a los tiempos competitivos establecidos por sus rivales.
A pesar del desánimo palpable, Hamilton trató de ver lo positivo: «Estoy aprendiendo a manejar este coche nuevo», decía después de la sesión. Pero ¿es suficiente? La distancia con los líderes es preocupante; casi dos décimas le separan del tiempo marcado por Norris para la pole position.
Lo cierto es que Ferrari necesita encontrar soluciones rápidas si quiere pelear por algo grande este año. El SF-25 tiene potencial, pero sin un piloto como Hamilton sacando lo mejor de él, ¿de qué sirve? La expectativa está alta y todos queremos ver al verdadero Lewis lucirse nuevamente en la pista.