En un partido que se sentía como una montaña rusa emocional, el Nápoles salió del bache en el que estaba sumido, dejando a la Atalanta con un sabor amargo en su debut al mando de Palladino. Con un contundente 3-1, el equipo napolitano mostró que aún tiene garra y determinación para seguir luchando.
Un arranque prometedor
Neres fue el protagonista de la tarde, marcando dos goles que fueron como un soplo de aire fresco para un Nápoles muy criticado por sus últimos resultados. La afición vibraba cada vez que tocaba el balón, y no es para menos. En menos de 40 minutos, ya había puesto al equipo en una posición muy cómoda con su habilidad para encontrar espacios y definir con precisión. Su primer gol llegó tras una jugada brillante donde dejó atrás a los defensores, mientras que su segundo tanto fue otro ejemplo de lo bien que se estaba moviendo entre líneas.
Palladino, quien asumió la responsabilidad tras la dura derrota contra el Sassuolo, no pudo evitar sentir la presión desde el primer momento. Era joven y había mucho en juego. Intentó ajustar las piezas sobre la marcha haciendo cambios audaces; sin embargo, las cosas no salieron como esperaba. Aunque hizo entrar a Kossounou y Scamacca en busca de revertir la situación, parecía que todo se les escapaba entre los dedos.
A pesar del esfuerzo final de la Atalanta por recortar distancias con un golazo de Scamacca -que por fin rompía su sequía-, quedó claro que esta tarde pertenecía al Nápoles. El estadio Maradona se convirtió en un hervidero donde cada jugada era celebrada como si fuera una final. Al final del encuentro, todos sabíamos: este triunfo no solo mejora su moral, sino también reafirma su posición como uno de los equipos más temidos jugando en casa.

