El verano, ese momento del año que todos esperamos con ansias, parece estar cambiando ante nuestros ojos. Y no hablo solo de las olas en la playa o el olor a sardinas asadas. Me refiero a algo más profundo: la desaparición de las orquestas de pueblo, esas que llenaban nuestras noches de música y baile, ahora sustituidas por las frías disco-móviles.
Entiendo que los DJ ambulantes tienen su encanto y han alegrado muchas fiestas, pero cuando escucho a un adolescente desmerecer una verbena, me duele un poco el corazón. ¿De verdad estamos dispuestos a tirar a la basura estas tradiciones? Cada vez que se apagan las luces de una plaza llena de gente bailando al son de un acordeón, siento que el mundo se vuelve un poco más gris.
Nuestras raíces en peligro
No es solo nostalgia; es una crítica directa a cómo estamos dejando atrás lo que nos hacía especiales. ¿Acaso el monocultivo turístico ha invadido hasta nuestros recuerdos? Las verbenas eran más que fiestas; eran momentos para unirnos como comunidad, donde todos compartíamos risas y alguna lágrima por amor perdido. La esencia de esos encuentros está en peligro y debemos alzar la voz antes de perderlo todo.