El 2 de julio de 1950, el estadio Maracaná se convirtió en testigo de un momento que marcaría para siempre el corazón de los aficionados al fútbol en España. Telmo Zarra, un nombre que resuena con fuerza, anotó el único gol de ese partido contra Inglaterra, llevando a su selección a las semifinales del Mundial. Era más que un simple tanto; era una declaración de intenciones, una reivindicación ante los ojos del mundo.
Un partido para recordar
Aquel día, España llegó con la presión de necesitar al menos un empate. Pero Zarra y sus compañeros tenían otras ideas. El juego avanzaba sin goles hasta que, justo después del descanso, el delantero del Athletic Club se alzó entre los defensas ingleses y conectó un cabezazo magistral. La pelota voló hacia la red y el resto es historia: el fútbol inglés “murió” aquel día, según contaron los medios británicos posteriormente.
La crónica publicada por The Times resonó en cada rincón: «En conmovido recuerdo al fútbol inglés que murió en Río de Janeiro», decían, capturando así la esencia del duelo. Mientras tanto, Bert Williams, el guardameta inglés cuya tristeza era palpable tras el gol, reconocía años después no guardar rencor hacia Zarra. Un gesto noble que habla mucho sobre la rivalidad en este deporte.
A pesar de no llegar a ganar más partidos en ese Mundial —una cuarta posición amarga— España se llevó consigo el orgullo de ser semifinalista durante seis décadas. Un hito que quedó grabado en nuestra memoria colectiva hasta que llegó otro momento glorioso en 2010 con el gol de Iniesta. Pero esa es otra historia.