El Metropolitano se convirtió en un escenario de emociones intensas cuando Ángel Correa, con lágrimas en los ojos, se despidió del club que ha sido su hogar durante una década. Rodeado de sus seres queridos y compañeros, el argentino no solo entregó su camiseta, sino también una parte de su alma. Era evidente que este era un momento significativo para él, alguien que ha enfrentado retos enormes en la vida y siempre ha encontrado apoyo en quienes más ama.
Un homenaje no oficial pero sentido
En lugar del homenaje formal que muchos esperaban, Correa recibió el cariño sincero de la afición y del equipo. La directiva del Atlético aún no confirma su marcha; insisten en que solo se irá si llega la oferta adecuada. Pero eso no importaba en ese instante. El amor por el 10 estaba presente en cada rincón del estadio. Como bien dijo Simeone, su único entrenador en Europa: “Es un emblema del Atlético de Madrid”. Y es que nadie puede negar lo mucho que Correa ha significado para el club.
Koke, el capitán, estuvo a su lado durante esta vuelta al campo, recordando los momentos compartidos y resaltando los valores que ambos representan. Desde sus inicios como adolescente enfrentándose a problemas cardíacos hasta convertirse en un ídolo rojiblanco, Correa siempre ha demostrado una entrega inigualable.
Y así fue como al final de esta jornada llena de recuerdos y emociones, todos aquellos que han estado a su lado —incluso quienes trabajan tras bambalinas— le brindaron un cálido abrazo. Porque la huella dejada por Ángel va más allá de los 88 goles o las jugadas brillantes; es el legado emocional lo que realmente perdura.