El Atlético de Madrid ha estado en un auténtico torbellino. Hace tan solo tres meses, el equipo brillaba con luz propia, liderando LaLiga y soñando con alcanzar los octavos de final de la Liga de Campeones. Todo parecía ir viento en popa tras una racha impresionante de quince victorias consecutivas. Sin embargo, como suele suceder en el fútbol, todo lo bueno puede evaporarse en un abrir y cerrar de ojos.
Una caída libre inesperada
Marzo llegó como un ladrón, robándole al Atlético la esperanza que había cultivado durante meses. Con una derrota en el Bernabéu, muchos pensaron que aún había posibilidades para revertir la situación. Pero nada más lejos de la realidad; las derrotas se acumularon como si fueran cartas caídas en una partida perdida. Osasuna, Getafe y otros rivales hicieron su parte para sellar un destino sombrío que dejó al equipo sin opciones para luchar por títulos.
Antoine Griezmann, quien solía ser el alma del ataque colchonero, ha visto cómo su estrella se apagaba en los momentos cruciales. Con 16 goles hasta febrero, era un jugador indispensable. Sin embargo, cuando más se le necesitaba, no logró brillar como siempre lo hizo. Su pérdida de forma es difícil de entender para quienes hemos disfrutado del caviar futbolístico que nos ofreció durante años.
Aunque la defensa ha sido otro punto crítico: Jan Oblak sigue siendo uno de los mejores porteros del mundo, pero incluso él no podía evitar ver cómo los goles entraban a su portería partido tras partido. Los centrales experimentados han fallado en momentos clave; cada encuentro se convertía en una lucha titánica donde el equipo parecía desdibujarse.
Y claro, tener delanteros como Julián Alvarez o Griezmann debería ser motivo suficiente para estar tranquilos frente al arco rival. Pero su rendimiento ha sido muy irregular; parece que algunos han olvidado cómo marcar goles fuera del Metropolitano y eso pesa mucho en esta etapa tan complicada.
Simeone ha intentado mantener la calma entre tanto caos, aunque es evidente que no ha encontrado respuestas entre sus jugadores menos habituales. Galán y Lino no han podido aportar lo que se esperaba; Riquelme apenas aparece y otras piezas clave simplemente no han dado la talla cuando más se les necesita.
Lo cierto es que todos estos problemas podrían haber pasado desapercibidos si el equipo hubiera mantenido su competitividad hasta el final. Ahora pelear por un subcampeonato parece casi ridículo después de haber tenido ambiciones mucho mayores al inicio de la temporada. Con partidos disputados lejos del calor del Metropolitano y sin ese apoyo incondicional que siempre anima a los jugadores a darlo todo, las derrotas se sienten aún más duras.
Al final del día, este Atlético que soñaba con robarle protagonismo al Barcelona o al Real Madrid ha tenido una caída estrepitosa; hoy vive una realidad muy diferente a aquella llena de esperanzas.