En el corazón de Nervión, el Sevilla atraviesa una tormenta que parece no tener fin. Mientras algunos accionistas, con apellidos ilustres, miran hacia otro lado, priorizan sus intereses personales antes que los del club. A muchos les duele recordar cómo Roberto Alés levantó la Europa League en 2014 frente al Benfica; ese momento quedó grabado para siempre en la memoria colectiva. Junto a él estaban Pepe Castro y su hija Carolina, pero hoy todo parece diferente.
El legado olvidado
Roberto Alés llegó a la presidencia en 2000 cuando el Sevilla estaba al borde de la quiebra. Con su esfuerzo logró levantar un club que ahora vive tiempos convulsos. Años después, mientras su salud flaqueaba y se veía postrado en una silla de ruedas, nunca dejó de acompañar a su equipo en las finales europeas que tanto anhelaba. La afición lo veneraba como un verdadero símbolo.
Seis años después de su fallecimiento, Carolina ocupa un puesto en el Consejo de Administración del Sevilla Fútbol Club. Uno no puede evitar preguntarse qué pensaría don Roberto del papel que juega su hija en esta etapa tan oscura para la entidad. Es importante mencionar que no solo Carolina está al mando; otros nombres importantes como Fernando Carrión y Francisco Guijarro también tienen voz y voto aquí.
Todos ellos comparten una historia: son sevillistas desde pequeños, aquellos niños que iban al Ramón Sánchez-Pizjuán con sus padres llenos de ilusión. No son inversores llegados de tierras lejanas buscando hacer negocio; son parte de nuestra comunidad futbolera. Así que surge la pregunta: ¿qué ha pasado con esos ideales? ¿Dónde están las ansias por cuidar el legado?
Es hora de reflexionar y tomar decisiones valientes. Nunca es tarde para dar un paso hacia adelante o hacia los lados si es necesario, para recordarles a todos esos apellidos ligados a nuestra historia que deben protegerse y dignificarse ante una afición dolida. De ellos depende escribir nuevamente un capítulo digno en la rica historia del Sevilla.