En aquellos tiempos, cuando las calles aún eran un laberinto de tierra y piedras, el fútbol se manifestaba en cada rincón. Era la época en que construíamos porterías con montones de piedras porque no había otra opción. Recuerdo que los mayores siempre tenían la última palabra en cualquier discusión; para ellos, perder no era una opción.
Las trifulcas estaban a la orden del día. Aquellos balones que pasaban por lo que considerábamos portería eran simplemente desechados, mientras que otros, que por norma habrían sido rechazados por un poste, ¡era gol! Jugábamos sin parar, desde que salía el sol hasta que caía la lluvia, y el barro siempre estaba presente como testigo de nuestras hazañas.
Un juego eterno
Nuestro partido era extraño, casi surrealista. Pero eso era lo mágico: una infancia llena de risas, sueños y recuerdos imborrables. El fútbol no solo fue un deporte; se convirtió en parte de nosotros mismos, marcando momentos inolvidables en nuestra historia personal.

